24.4.12

No podéis servir a Dios y a las riquezas


Mateo 6:19-24  No os hagáis tesoros en la tierra,  donde la polilla y el orín corrompen,  y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo,  donde ni la polilla ni el orín corrompen,  y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro,  allí estará también vuestro corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo;  así que,  si tu ojo es bueno,  todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno,  todo tu cuerpo estaráen tinieblas. Así que,  si la luz que en ti hay es tinieblas,  ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? Ninguno puede servir a dos señores;  porque o aborrecerá al uno y amará al otro,  o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.

La mentalidad mundana es síntoma fatal y corriente de la hipocresía, porque por ningún pecado puede Satanás tener un soporte más seguro y más firme en el alma que bajo el manto de una profesión de fe. Algo tendrá el alma que mirar como lo mejor aquello en lo cual se complace y confía por encima de todas las demás cosas. Cristo aconseja que hagamos como nuestras mejores cosas a los goces y las glorias del otro mundo, las cosas que no se ven, que son eternas y que pongamos nuestra felicidad en ellas. Hay tesoros en el cielo. Sabiduría nuestra es poner toda diligencia para asegurar nuestro derecho a la vida eterna por medio de Jesucristo, y mirar todas las cosas de aquí abajo como indignas de ser comparadas con aquellas y a estar contentos con nada menos que ellas. Es felicidad superior y más allá de los cambios y azares del tiempo, es herencia incorruptible.

El hombre mundano se equivoca en su primer principio; por tanto, todos sus razonamientos y acciones que de ahí surgen deben ser malos. Esto se aplica por igual a la falsa religión; lo que es considerado luz es la oscuridad más densa. Este es un ejemplo espantoso, pero corriente; por tanto, debemos examinar cuidadosamente nuestros principios directrices a la luz de la palabra de Dios, pidiendo con oración ferviente la enseñanza de su Espíritu.

Un hombre puede servir un poco a dos amos, pero puede consagrarse al servicio de no más que uno. Dios requiere todo el corazón y no lo compartirá con el mundo. Cuando dos amos se oponen entre sí, ningún hombre puede servir a ambos. Él se aferra y ama al mundo, y debe despreciar a Dios; el que ama a Dios debe dejar la amistad del mundo.