12.7.13

cómo lidiar con la ira en nuestra vida y en las de otros

Por supuesto, debemos enojarnos contra el pecado y no contra las personas...

Proverbios 27.4 nos advierte que la ira es cruel y ultrajante; puede llevar a herir físicamente e incluso al homicidio (Mt 5.22). Los padres iracundos pueden lesionar para siempre el cuerpo y las emociones de un niño. La ira pecaminosa es de la carne (Gl 5.19–21) y no cumple la voluntad de Dios (Stg 1.19–20). Satanás puede obrar mediante nuestras palabras y actitudes iracundas (Ef 4.26–27), de modo que Dios nos advierte a «dejar la ira» (Ef 4.31; Col 3.8). El iracundo es un amigo peligroso (Pr 22.24; 29.22) y una mujer colérica es una pobre esposa (Pr 21.9, 19; 25.24).

Proverbios 25

I. Paciencia (25.8)
El momento en que oímos algo que nos perturba, ¡cuán fácil es encolerizarnos y enredarnos en el asunto sin pensar ni orar. Lo sabio es pensar bien el asunto y esperar en Dios. Esto no significa que busquemos una excusa para soslayar el pecado, aun cuando el amor en efecto cubre multitud de pecados (Pr 10.12; 12.16). Más bien quiere decir que actuamos con prudencia, sabiendo primero lo que está involucrado. «Tardo para airarse» es un don maravilloso de Dios. (Pr 15.18); quien se enoja fácilmente hará locuras (Pr 14.17). «Deja la ira, y desecha el enojo; no te excites en manera alguna a hacer lo malo», aconseja el Salmo 37.8. De modo que, antes de precipitarnos, detengámonos a orar y pensar. Dedique tiempo para leer la Palabra de Dios y permítale al Espíritu Santo que le dé paz interior.

II. En privado (25.9–10)
Nuestro primer deseo es «decirle a todo el mundo» y lograr que todos se pongan de nuestra parte. Pero la Biblia aconseja precisamente lo opuesto: hablar a solas con la persona y no permitir que otros interfieran. Eso es lo que Jesús ordenó en Mateo 18.15–17 y si este método lo siguieran las familias e iglesias, habría menos peleas y divisiones. Es triste cuando cristianos profesantes divulgan las cosas a todo el mundo, excepto al involucrado. Sin duda requiere valentía y amor cristianos hablar con un hermano respecto a alguna diferencia, pero esta es la manera de crecer espiritualmente y glorificar a Cristo. Tal vez el asunto no se pueda arreglar entre ambos; entonces pídales a dos o tres personas espirituales que le ayuden. Si esto falla, debe intervenir la iglesia, y si el implicado rehúsa oírla, debe disciplinársele. «En cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres», dice Romanos 12.18. Es triste, pero habrá algunos con los cuales no podemos vivir en paz porque no quieren obedecer la Palabra de Dios.

III. Sabiduría (25.11–14)
Las palabras no son sólo sonidos que oímos, sino realidades vivas, poderosas, que pueden ayudar o herir. En Proverbios 25.18 Salomón compara las mentiras con tres armas: un mazo de guerra, una espada y una flecha. Pero en los versículos 11–14 indica que las palabras también pueden ser una fruta preciosa («manzanas de oro» son cítricos o naranjas), hermosas joyas y agua fría refrescante de las nieves de las montañas. Al enfrentar algún asunto debemos usar las palabras correctas y presentarlas de la manera correcta. Nuestras palabras deben «decirse apropiadamente», arregladas como fruta hermosa en bandeja de plata. Véase Job 6.25. Proverbios 19.11 indica que la discreción (prudencia) hará que la gente retenga su furor. Sólo un necio habla todo lo que tiene en su mente (Pr 29.11); los sabios meditan lo que van a decir, cómo lo van a decir y cuándo lo van a decir; véase Proverbios 15.23. Por supuesto, esta sabiduría espiritual debe venir de Dios (Stg1.5).

IV. Delicadeza (25.15)
Qué contradicción: «La lengua blanda quebranta los huesos». Esto es un paralelo de Proverbios 15.1: «La blanda respuesta quita la ira; más la palabra áspera hace subir el furor». Nuestra primera reacción a la actitud furibunda de alguien es enfurecernos nosotros también, pero esto sólo añade leña al fuego (véase 26.20–21). Véase también Santiago 3.5. Se nos ordena a no devolver mal por mal (Ro 12.21) y a no maldecir cuando nos maldicen (1 P 2.20–23). Si lo que procuramos es restaurar al creyente que está pecando, necesitamos un espíritu de mansedumbre (Gl 6.1) y no una actitud de ira. Así Pablo ministraba a sus convertidos (1 Ts 2.7) y esto es lo que ordena a los creyentes que hagan (2 Ti 2.24). Elías tuvo que aprender que Dios algunas veces era un «un silbo apacible y delicado» y no un tornado (léase 1 R 19.11–13). Muchos tienen la idea de que delicadeza es debilidad, pero no es así; es poder bajo control. Es la delicadeza del cirujano lo que le hace grande, y sólo el Espíritu Santo puede darnos esta gracia preciosa (Gl 5.22–23).

V. Bondad (25.21–22)
La delicadeza debe conducir a la bondad; véase Romanos 12.19–21, donde el apóstol Pablo cita los mismos versículos y los aplica a los cristianos del NT. En vez de añadir leña al fuego de la ira (Pr 26.20–21), ayudamos a apagarlo al mostrar amor y bondad. Lea el mandamiento de Cristo en Mateo 5.9–12. Si la persona necesita disciplina, Dios se encargará del asunto: «Mía es la venganza, yo pagaré». Debemos ser cuidadosos, sin embargo, de realizar esta clase de obras con el motivo justo. Si tratamos de obligar a las personas en bien nuestro o si tratamos de «comprarlas», Dios no nos bendecirá. Pero si con sinceridad las amamos y queremos ayudarlas, Dios nos honrará y nos recompensará. Por supuesto, estas buenas obras no deben hacerse para impresionar a otros; Proverbios 21.14 dice que deben ser en secreto. Salomón no sugiere aquí un soborno; más bien dice que la bondad será como el aceite que aquieta las aguas agitadas.

VI. Dominio propio (25.28)
Esto yace en el mismo corazón del asunto: al cristiano que practica el dominio propio no lo destruirá la cólera, ni destruirá a otros. Este versículo debe compararse con 16.32: «Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad». Que las personas dominen su espíritu, su «reino interior», es mejor que gobiernen el mundo. Alejandro Magno pudo conquistar todo el mundo conocido, sin embargo, él mismo no se pudo conquistar. Por supuesto, la única manera de tener este dominio propio es mediante el reinado del Señor Jesucristo en nuestras vidas. «Reinamos en vida» por medio de Cristo (Ro 5.17). El dominio propio (temperancia) es uno de los frutos del Espíritu (Gl 5.22–23); la carne no puede producir dominio propio porque está en guerra con Dios.

El dominio propio es lo que nos da la paciencia necesaria, según se bosquejó al inicio de este estudio. Si ejercemos dominio propio en el mismo comienzo del problema, nos ahorrará toda clase de problemas más tarde. Proverbios 17.14 compara el principio de la rencilla con una pequeña fuga en un dique; si no se tiene cuidado, la rotura aumentará y provocará una inundación. Es más fácil detener la pequeña fuga al principio, que tratar de controlar una rugiente inundación. Proverbios 30.33 presenta un cuadro diferente: batir mantequilla o sonarse las narices. La lección es clara: forzar la ira y atizar los problemas sólo causan más problemas.

El dominio propio, producido por el Espíritu, capacitará al creyente a resolver estos asuntos con paciencia y sabiduría. La capacidad de enojarse respecto a las cosas apropiadas y en la manera correcta ayuda a edificar el carácter. Sin duda debemos reaccionar ante la injusticia y el pecado. Pero cuando la ira nos hace estallar, se vuelve destructiva. La ira santa es como el poder del vapor en la caldera: si se encamina a asuntos justos, logra mucho bien. La ira pecaminosa, perder los estribos, es más como un incendio forestal que se sale de control y destruye mucho bien. El Salmo 19.14 es una buena oración para usar: «Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía y redentor mío».