2.7.13

Por el bien de la iglesia de Cristo


¡Qué necedad que una iglesia diga que tiene «mente abierta» y esté dispuesta a aceptar a cualquier y a todo miembro, sin que importe cómo viven! ¿Le abriría usted la puerta de su hogar a todos los que quieran entrar? Entonces, ¿por qué tenemos que permitir que entren en el compañerismo y comunión de la iglesia a cualquiera que quiera entrar? Es mucho más difícil unirse a diversas organizaciones mundanas que unirse a la iglesia local promedio. «No es buena vuestra jactancia», advierte Pablo. «¿No se dan cuenta que un miembro viviendo en pecado abierto puede contagiar a toda la iglesia?» (véase v. 6).

Pablo usó la cena pascual para ilustrar su punto; véase Éxodo 12.15ss. Para los judíos la levadura siempre fue símbolo de pecado y corrupción; de modo que, antes de la Pascua, siempre limpiaban sus casas para eliminar todo vestigio de levadura. Los cristianos deben tener la misma actitud; no debemos permitirnos que la levadura del pecado crezca en silencio en la iglesia y genere problemas y vergüenza. Cristo murió por nosotros, no para hacernos como el mundo, sino para hacernos semejantes a Dios. «Sed santos, porque yo soy santo» (1 P 1.16).

Esto no quiere decir que los líderes de la iglesia deban ser «detectives espirituales», espiando las vidas de los miembros. Pero sí significa que cada miembro de la iglesia debe velar para que la levadura del pecado no crezca en su vida. Y, si el pecado llega a conocerse, los líderes deben dar los pasos adecuados para proteger el bienestar espiritual de la iglesia.

Hay varias clases de cristianos respecto a los cuales se nos advierte en la Biblia, creyentes que no se deberían permitir en la comunión de la iglesia local: (1) el miembro que no arregla sus diferencias personales, Mateo 18.15–17; (2) el que tiene una reputación de ser un pecador flagrante, 1 Corintios 5.9–11; (3) los que sostienen doctrinas falsas, 1 Timoteo 1.18–20 y 2 Timoteo 2.17–18; (4) los que causan divisiones,
Tito 3.10–11; (5) los que no quieren trabajar para vivir, 2 Tesalonicenses 3.6–12. A esos que de repente son presa del pecado debemos procurar restaurarles con amor; véase Gálatas 6.1.